El perfil del un pueblo - Albán, Nariño

El pueblo de San José de Albán-Nariño, aparece en 1558 con el nombre de Quina Quillasinga, con 520 indígenas tributarios pertenecientes a la provincia de Pasto a cargo del encomendero Rodrigo Pérez, el 30 de noviembre del año citado, don García Díaz, Obispo de Quito; licenciado Tomás López, oidor de la provincia Real del Nuevo Reino, la adjudicaron en la diligencia de tasaciones del camino de Almaguer.

En el vasto latifundio, una legua al cuadrado, se encontraba la hacienda “Palmera” y no de la Erre como se ha llamado, según escritura 127 de una de las notarías de Pasto. Juan de Céspedes convino con Rodrigo de Bastidas como propietarios habitarla; luego, Francisco Sacramento Mayor y en su orden, el capitán Diego Pérez de Zúñiga y más tarde entre otros propietarios, el Sacerdote José María Gómez Ortiz, oriundo de Pasto y no español como erróneamente se ha dicho, ordenado en Popayán por el polémico Obispo Salvador Jiménez de Enciso en 1829 y facultado para celebrar en 1836.

Esta morada fue encuentro de prestantes personalidades de España de paso al Ecuador como el oidor Antonio Rodríguez de San Isidro, consultor de la Inquisición de Llerena en Extremadura; licenciado Diego del Coso y Carrascal, clérigo que pasó a ocupar el cargo de presidente de la Audiencia de Quito, profesor de Derecho en Sevilla y después inquisidor en Cartagena de Indias.

Más tarde el pueblo de Quina dada la conformación geográfica de sus calles largas de sur a norte, en las que sin objeción se relievó la consonante R, tomó el nombre del Pueblo de Erre que perduró hasta I894, cuando llegó la imagen de San José, llamándolo pueblo de San José.

Entre 1541 y I576 a instancias del Clero Diocesano, se construyó la primera iglesia, siendo el primer Párroco Juan Bautista Reina que adoctrinaba a los indígenas de Quina, José José Nucatiy Zacandonoy. El templo fue reconstruido dos veces hasta el actual, obra del insigne y benemérito vicario doctor Guillermo Vizuette Enríquez (q.e.p.d.)

En I889 para extender el perímetro urbano, el señor Juan Ignacio Ortiz, que había sido alcalde de El Tablón de Gómez en 1902, en remplazó de Nicanor Palacios, a nombre y representación del pueblo que le había suministrado el dinero, compró a Ramón Guerrero y su esposa Ignacia G. de Guerrero, dueños de la Hacienda “Palmera”, cuatro cuadras del terreno San José, ubicadas hacia el sur del poblado con las que se ensanchó la cobertura urbana.

La ciudadela San Joseña no tiene acta de fundación, ni biografía de su fundador. No existen consistencias verídicas que por laboriosas investigaciones lo demuestren con certeza y objetividad. Se ha corrido la “bola” que el fundador fue el padre José María Gómez Ortiz en 1854, inexacto, ya que en ese año, el pueblo de la Erre era corregimiento del distrito de El Tablón; además, era la viceparroquia de nuestra Señora de Quiña, anexa a la parroquia de ese mismo lugar. El señor Cura Gómez solo fue uno de los tantos propietarios de la hacienda “Palmera ” y de manera alguna podía fundar en ese año lo que hacía tiempo tenía ese origen. Bien dijo Víctor Sanglois: “Nada sustituye a los documentos, donde no hay documentos no hay historia”.

La tradición en 447 años de existencia ya no concuerda, y las huellas del pasado se van perdiendo en el silencio cómplice; la historia, la verdadera historia se está consumiendo en los archivos de la desfiguración y desatino, el descuido y el olvido.

Dado el orden social, cultural y administrativo, prestantes personalidades como el general Sinforoso Erazo, su hijo Julio Erazo Ruíz, Rafael Salcedo y Juan Ignacio Ortiz, iniciaron campaña para elevar a la categoría de distrito al corregimiento de la Erre, ante la Asamblea del Cauca, hecho que se verificó mediante ordenanza 041 de 1903, con el auspicio de los ilustres nariñenses Ildefonso Díaz del Castillo, secretario de la Asamblea y Gustavo S. Guerrero, secretario de la Gobernación del Cauca, fragmentándolo del distrito de El Tablón, honrando la memoria del ilustre payanés José Carlos Albán Estupiñán, quedando: Distrito de Albán, capital San José.

Los Albanitas son cultos, preparados, de gran formación, laboriosos y eficaces en el trabajo.

Cultivan a escala el café (el más suave de Colombia y del mundo), el plátano, la rica yuca “naranjaleña”, el plátano, maíz, fríjol, frutales como la rica naranja apetecida en Colombia; tuvo fábrica de aguardiente oficial; fue la Capital anisera de Colombia, industria que terminó al surgir el anetol; hoy, nacen las fábricas de vino de naranja y mandarina.

La cabecera municipal con 19.841 habitantes aprox., de estirpe española en un 40%, está gobernada por el ingeniero Julio Bolívar Moncayo Ortiz, inteligente y dinámico, cívico por excelencia.

El nivel intelectual ha sido y es permanente, destacándose actualmente entre otros, los doctores Eduardo Romo Rosero y Julio Vicente Ortiz R., exgobernadores de Nariño y representantes al Congreso, Laureano Enríquez O., exmagistrado del Tribunal Superior de Pasto; Alejandro Ortiz López S.J., Hermano Jesús Ordóñez, poeta y escritor, Carlos Palacios, actual gobernador del Putumayo. De igual y primer orden: escritores, poetas, músicos, historiadores, artistas y destacados profesionales en las diferentes ramas del conocimiento.

En lo heroico, Salvador Salcedo, personaje de Puerto Chamaco, en el conflicto Colombo-Peruano; Segundo Gregorio Belalcázar, en el Canal del Sur, con el Batallón Colombia, sus familiares del primero, recibieron sendas medallas y diplomas, de los gobiernos de Estados Unidos y Colombia.

El deporte de la Chaza data desde 1920, evento sano que se desarrolla con arte, destreza, agilidad, inteligencia y esfuerzo físico.

Hasta aquí a grandes rasgos, el perfil de un pueblo en el camino de la historia, desenvolviéndose entre la maraña y el olvido, desde el año 1558, con 453 años que lo perfila como uno de los pueblos más antiguos de Nariño y Colombia.

La historia de los pueblos es el arte de sus vidas, la mundología del pasado en el presente, el perfil de su grandeza es infinito; quien la ignora, ignora el camino de la verdad y por tanto, siembra equivocaciones; es en esencia, el verdadero punto de partida: la pertinencia del estilo, cultura, dialecto e idiosincrasia; semblanza y desarrollo de principio y personalidad como quería Cervantes en el horizontal escrito del Quijote, adentrándose incólume en la rueda de los siglos y en la proverbial genialidad del Manco de Lepanto, en el camino incansable de la inmortalidad.

 

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